Si Evita viviera…

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[«Si Evita viviera…» es un cuento de ficción escrito en el marco del concurso literario lanzado por la Fundación CEPES en el año 2019. Derechos reservados].

Mi abuela era una señora muy recta. Nunca decía barbaridades y jamás tomaba el nombre de Dios en vano. Por eso, cuando era una nena, me daba una risa incontenible escucharla decir la palabra “culo”. Era la única mala palabra que decía, y siempre lo hacía en idénticas circunstancias. Sucedía cuando miraba televisión o leía el diario y algo la enojaba. Entonces, exclamaba:

— ¡Si Evita viviera los cagaría a patadas en el culo!

Al principio me daban unos ataques de risa que me hacían doler la panza, pero mi abuela me echaba una de sus miradas fulminantes y yo entendía que para ella no era gracioso.

Así fue que a mi más temprana edad crecí con dos ideas súper claras: que jamás había que reírse cuando alguien decía “culo” y que Evita era una mujer a la que había que tenerle miedo.

*

Siendo un poco más grande, un día abrí la billetera de mi abuela y descubrí que tenía dentro una foto. Era en blanco y negro, de una mujer joven y hermosa que no era ninguna de sus hijas. Tenía cierto aire de santa. O tal vez de princesa, o de hada, mientras miraba hacia el horizonte y sonreía con la boca y con los ojos.

Cuando le pregunté a mi abuela quién era, se enfureció.

— ¿Cómo puede ser que esta criatura todavía no sepa quién es Evita? -se lamentó mirando al cielo.-Este país no tiene esperanza.

Yo me quedé atónita. Años y años pensando a Evita como una señora vieja y gorda, que usaba los zapatos más duros que se podían conseguir para cagar a patadas en el culo a cualquiera que hiciera enojar a mi abuela. Esa imagen no tenía nada que ver con la del Hada Buena que estaba viendo en la billetera.

Tiempo después encontré la misma foto en una revista. La recorté, y cuando tenía miedo, le pedía al Hada Buena que me cuidara y que viniera a echar a patadas a cualquiera que quisiera dañarme.

*

Mi abuela era también una señora desconfiada, y descreía de cualquier invento de la modernidad. Jamás pisó un consultorio médico y así fue que murió como vivió: cuando se le dio la gana.

Yo todavía era chica, pero la lloré como imaginaba que ella hubiera querido (…)

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